miércoles, 6 de julio de 2011

Un tópico (no tan) manido: la ausencia (o no) de competencia de la WWE


Sí, es un debate al que se le ha dado mil vueltas, pero que no deja de ser central a la hora de reflexionar sobre el estado actual, más bien crítico, del wrestling en general y de la WWE en particular. Como todos sabemos, la actual WWE, antigua WWF, es la última gran promoción de lucha libre a escala mundial. Sí, todavía quedan empresas importantes en México, Japón y Puerto Rico, países de una fuerte tradición local. Pero ninguna se encuentra en condiciones de competir con WWE, ni siquiera en sus propios territorios. Vince McMahon, dueño de la WWE y emperador mundial del wrestling, acabó en 2001 una carrera que empezó veinte años antes, cuando se hizo cargo de la empresa que fundó su padre: el paso de ser una promotora local a dominar el entero negocio del wrestling. Quizá ahora ese sueño, como todos los deseos largamente aguardados, se esté tornando en pesadilla una vez cumplido.

Los 80 y 90 fueron, casi sin discusión posible, las dos mejores décadas de la historia del wrestling. Aunque la vieja era de los territorios y la NWA proporcionó incontables horas de diversión y entretenimiento, no es menos cierto que sumió al negocio en una confortable parálisis de varias décadas. Conformándose con contentar al casi cautivo público local, las empresas jugaban sobre seguro, apenas arriesgaban. Cuando a principios de los 80 Vince Mc Mahon Jr. decidió expandir nacional y mundialmente su empresa, el resto de promotoras se lanzaron a competir tanto con la poderosa WWF como con sus vecinos, tratando de hacerse un hueco o simplemente de sobrevivir. Ello generó una dinámica de innovación y riesgo en todos los aspectos del negocio que benefició principalmente al espectador. En los 90, aunque a escala más reducida, las famosas Monday Night Wars que enfrentaron a la WWF y a la WCW del multimillonario Ted Turner, con la modesta ECW como tercer invitado, nos proporcionaron otro buen puñado de momentos memorables y varias revoluciones en el mundillo. En ambos casos la historia fue la misma: la competencia fue el motor que impulsó a las empresas a presentar el mejor producto posible al aficionado. Y en ambos casos, la WWF se alzó con una victoria absoluta que dejó a la competencia fuera del negocio.

En una sociedad capitalista como la nuestra la competencia suele tener un resultado cruel para los derrotados: la desaparición. Y así, los 80 terminaron con el cierre de promociones legendarias como AWA, WCCW, GCW, UWF, CWA, CWF, WWA o Stampede Wrestling, así como la desaparición en la práctica de la NWA. En los 90, la WWF consiguió incluso adquirir su archirrival WCW (último vestigio de la era dorada de la NWA) y a la revolucionaria ECW. Ya como WWE, la empresa de los McMahon parece haberse proclamado único heredero legítimo de toda la gloriosa historia del wrestling USA, reconociendo el legado de sus antiguos rivales, promocionando a sus leyendas como si fueran suyas (introducción en Hall of Fame incluida), programando en su canal y sus DVD's los productos que un día luchó por hacer desaparecer, haciendo incluso públicas referencias en sus programas -como la que en 2007 hizo en un Smackdown! MVP, recordando los grandes nombres de la NWA que habían conquistado el campeonato USA que acababa de ganar-, algo que, curiosamente, en el pasado se esforzaba en negar. Liberada de los rigores de la batalla, la WWE (cuyo respeto por la historia viene de lejos, todo hay que decirlo) parece alzarse como un universal del wrestling norteamericano, como el resultado final de una larga evolución del negocio de la que, finalmente, ella misma fuera a la vez resultado y protagonista.

Verne Gagne: Vince arruinó el negocio de mi vida, pero al menos me introdujo al Hall of Fame

Y sin embargo, cuán lejos está la actual WWE ya no de su propia historia, sino de cualquiera de las empresas cuyo legado atesora. Y el hecho de la falta de competencia con rivales de su mismo negocio es, aunque fundamental, sólo un aspecto del problema. Porque en el capitalismo la competencia de las empresas jamás termina. Pero, ¿contra quién compite la WWE entonces si ha conseguido destronar a toda promoción rival? Compite contra sí misma, contra su historia, contra los ratings, contra el progresivo desinterés de un público que percibe el descenso de calidad en el producto, contra sus anunciantes y patrocinadores, contra sus accionistas, contra otros iconos de la cultura pop. Y ese es el problema. Cuando la competencia venía del propio campo del wrestling, la WWE y el resto de empresas se esforzaban por agradar al público del wrestling o atraer a nuevos públicos al wrestling. La actual WWE, en cambio, se comporta como una gran corporación, guiada por una constante necesidad de expansión, beneficio, acumulación de capital. Se mueve por números abstractos, por ratings, la compra de PPV's, el valor de sus acciones, los resultados contables semestrales, la venta de merchadising. Y ello está determinando una política respecto al wrestling muy diferente, y en mi opinión muy perjudicial.

Por supuesto, no me engaño respecto a la presencia del factor económico en pasadas eras del wrestling. Claro, el dinero siempre ha sido importante, que se lo pregunten si no a todas las promociones que la WWE ha apartado del negocio. Sin embargo, antaño el wrestling era mayormente un negocio familiar y vocacional. Las promociones nacían, fundamentalmente, movidas por la pasión por el mundillo, un espíritu que hoy sólo se conserva en las Indys. De hecho, la mayoría eran propiedad o estaban dirigidas por luchadores antiguos o incluso en activo (la AWA de Verne Gagne o la WCCW de los Von Erich son dos buenos ejemplos), por familias de empresarios muy ligadas al wrestling (los Crockett, los mismos McMahon) o fans del mismo (caso incluso de la WCW de Ted Turner). Promotores, productores y luchadores formaban un equipo, casi una familia, cuyo objetivo común era ganarse a los fans antes que amasar dinero, como refleja por ejemplo la ECW original. Y aunque a partir de los 80 Vince impuso la cruda realidad de la competencia empresarial al mundo del wrestling, hasta fechas muy recientes incluso las gigantes WCW y WWF peleaban por imponerse como la mejor empresa de wrestling de todas. La dictadura de la WWE ha cambiado radicalmente este panorama.

En una especie de ironía histórica, la WWE actual representa una especie de regreso al antiguo sistema de los territorios, en tanto que casi monopoliza un público cautivo. Sin embargo, hay dos diferencias fundamentales. Una, evidente, de escala, pues hoy la WWE domina TODO el wrestling mundial. Otra, cualitativamente más importante, de orientación, ya que el énfasis se ha desplazado del wrestling al dinero. Sin competencia dentro de su campo, la WWE ha pasado a ser un monstruo devorador que necesita, como toda gran corporación, hacer crecer continuamente su capital. Más houseshows, más PPV, más programas, más merchadising, más luchadores, nuevas oportunidades de negocio (nuevos rosters, películas, incursión en el fútbol americano, el culturismo, etc.). Las decisiones pasan, así, a ser de corto plazo. La velocidad se acelera. Cada nuevo rating puede suponer un cambio de orientación en el producto, un despido, un PPV cancelado o un cartel cambiado. Las frías cifras mandan, y mandan mucho, en la nueva WWE, y esa es, en mi opinión, una de las razones de su errático comportamiento en estos últimos años, en los que unos pocos momentos históricos y combates memorables se alternan con una mayoría de producto plano y aburrido, previsible, seguro.

Uno de esos pocos momentos históricos de los últimos 10 años. Huelga decir más...

La WWE se repliega sobre sí misma, de manera que cada producto sirve para promocionar a otro: los programas semanales para vender PPV, los PPV para vender merchadising, el merchadising para fidelizar a la audiencia a los programas semanales. En WWE aún se preguntan el por qué del fracaso de la reintroducción de los recuperados Saturday Night's Main Event, cuando la mayoría de los aficionados lo sabemos de sobra: porque, al contrario de sus predecesores de los 80, no ofrecen algo único y excitante, sino que forman parte de la gigantesca rueda cotidiana de la WWE. No ofrecen nada diferente a los PPV o los programas semanales. Sólo se esfuerzan en promocionar libros y películas patrocinados por la marca madre, en vender el siguiente PPV, en enseñar al famoso o la leyenda de turno como medio facilón de aumentar los ratings (y por tanto aumentar sus ingresos por TV). El aficionado fiel percibe esto y se queja, el público en general no se siente suficientemente atraído como para entrar a este fascinante mundo. Y así, el negocio se resiente, el público es menor y todo el wrestling, nos guste o no, pierde en su conjunto.

Por supuesto, el volumen de negocio de la WWE es tan grande que puede mantenerse sobradamente incluso durante décadas de esta forma, aunque acabe arrastrando a todo el wrestling. ¿Perdemos público en EEUU? Bien, lo compensaremos buscando nuevos mercados en Europa, Asia y Latinoamérica. O invirtiendo en cine, en multimedia, en reality shows, en otros espectáculos. Y siempre habrá un mínimo mercado cautivo que conformará una base rentable. Mientras el único enemigo de WWE sea la propia WWE parece difícil que estas tendencias negativas cambien. Y dada la extrema dificultad en que otra empresa de wrestling (véase si no la triste andadura de Wrestling Society X pese a estar respaldada por la poderosa MTV y la incapacidad de TNA para siquiera acercarse a las cifras de la WWE incluso con un roster plagado de estrellas como el actual) se establezca como competencia a corto, medio e incluso largo plazo del gigante de Conneticut, parece que la única manera en que la WWE vuelva a ser lo que fue es que, verdaderamente, respete la historia que dice representar y recupere su sentido como empresa de wrestling.

No hay comentarios: